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miércoles, 16 de julio de 2014



        
      El vampiro en los tratados de Agustín Calmet


El vampiro es una de las figuras míticas y literarias más conocidas en nuestros días. Los moldes que han servido de inspiración para la creación de libros, películas, comics y videojuegos acerca de los terribles pero seductores chupasangre, han sido tomados de obras clásicas decimonónicas como El vampiro de John William Polidori (1819), donde se presenta a un no muerto cuyas características físicas retratan al polémico poeta inglés Lord Byron, descrito de la siguiente manera: “Su semblante tenía un tono lívido, mortal […] sin embargo, sus facciones y su perfil eran bellos” (2010:27); o  Drácula de Bram Stoker (1897), obra ficticia basada en el personaje histórico Vlad Tepes, ambientada en la región de Transilvania, “[…] el centro geográfico donde confluyen los mitos en torno a los vampiros y el retorno de los muertos […]” (Stoker, 2002: 7).
            No obstante, aún los grandes clásicos literarios que trataron el tema se inspiraron en fuentes precedentes, como los tratados del fraile benedictino del siglo XVIII Agustín Calmet, quien recopiló y analizó el folclor de Europa Oriental (Polonia, Hungría, Moravia, Silesia, Grecia y Rusia) en torno a las creencias populares sobre los vampiros, descritos también en su trabajo como revinientes, brucólicos o úpiros.
 Considerando la importancia que tuvo la obra de Calmet en la construcción originaria de la figura del no muerto, el objetivo del presente texto es definir cuáles son las características físicas y conductuales de los vampiros dentro de su obra titulada Tratado sobre los vampiros, cuya versión original fue publicada en 1752 bajo el título: traté sur les apparitions des espirits, et sur le vampires, ou les revenans de Hungrie, de Moravie, &c.
            Argumentando que los testimonios acerca de los revinientes pertenecían generalmente a personas de baja condición, de carácter incrédulo y supersticioso; Calmet pone en duda constantemente la veracidad de las referencias recopiladas, pero, debido a la recurrencia y amplitud de los casos, también otorga el beneficio de la duda a los relatos, e intentando ser objetivo, justificó su obra de la siguiente manera:

[…] los que los crean verdaderos me acusarán de temeridad y de presunción, por haberlos puesto en duda, o incluso haber negado su existencia y su realidad; los otros me echarán en cara haber empleado el tiempo en tratar esta materia, que pasa por frívola e inútil en el espíritu de muchas gentes de buen sentido. De cualquier manera que se piense, yo me sentiré satisfecho de haber profundizado una cuestión que me ha parecido importante para la religión: pues si el retorno de los vampiros es real, importa defenderlo y probarlo, y si es ilusorio, es por tanto interés de la religión desengañar a los que creen verdaderos, y destruir  un error que puede tener muy peligrosas consecuencias. (Calmet, 2009: 19,20)


               
          Las características que Calmet otorga a los vampiros son concretas y más que enfocarse en los rasgos físicos, abunda en la descripción de sus actos. El no muerto es presentado como una sanguijuela humana, que tras su muerte, sale misteriosamente de su sepulcro y causa languidez en sus víctimas, humanas o animales, las cuales sucumben desangradas en el lapso de unos días:

[…] se ve, dicen a hombres muertos desde varios meses, que vuelven, hablan, marchan, infestan los pueblos, maltratan a los hombres y los animales, chupan la sangre de sus prójimos, los enferman, y en fin, les causan la muerte: de suerte que no se pueden librar de sus peligrosas visitas y de sus infestaciones, más que exhumándolos, empalándolos, cortándoles la cabeza, arrancándoles el corazón o quemándolos. (Calmet, 2009: 17)


            Como puede apreciarse en la cita anterior, las características físicas del vampiro son vagas; no obstante, dentro de los testimonios hechos con respecto a la manera en que son aniquilados estos seres demoniacos, suelen mencionarse los rasgos que presenta el reviniente antes de ser empalado, decapitado o incinerado por sus verdugos, quienes, en muchos casos, cuentan con el permiso de los administradores de justicia de la localidad, lo cual muestra la amplia difusión de tales supersticiones. En la siguiente referencia se puede apreciar un ejemplo del procedimiento utilizado para eliminar a un vampiro y las características que presenta éste al ser exhumado:

[…] se abre la fosa, y allí encuentran un cadáver tan grueso y tan hermoso como si fuera un hombre tan feliz y tranquilamente dormido; se le corta de un golpe de laya el cuello al cadáver, del que sale en cantidad una sangre bermeja de las de mejor aspecto. Se juraría que se ha degollado a un hombre enteramente sano y vivo. Hecho esto, se vuelve a tapar la fosa, y se puede contar con el cese de la enfermedad, y que todos los que estaban atacados de ella vayan recuperando sus fuerzas poco a poco, como gentes que escapan de una larga enfermedad, que por mucho tiempo los ha extenuado. (Calmet, 2009: 79)

         En cuanto las características físicas que se le confieren al vampiro en la cita anterior, se puede observar que su aspecto es básicamente humano, pareciera que continuase con vida ya que no presenta síntomas de putrefacción (sin embargo, en algunos testimonios se sostiene que el cadáver desprende un olor pestilente), su cuerpo rebosa en sangre fresca (producto de haber saciado su apetito tras someter a una víctima humana), además, no presenta rasgos monstruosos o deformidad alguna. En base a los rasgos señalados, Calmet indagó en una gran cantidad de fuentes, tanto bíblicas como pertenecientes a la tradición judía y a la antigüedad clásica sobre seres que pudiesen compararse con los revinientes de las tradiciones de Europa Oriental, concluyendo que tales supersticiones son relativamente nuevas y no tienen parangón con otras creencias acerca de aparecidos, espíritus, espectros, brujos y otros seres demoniacos.
            Podemos concluir que, los rasgos acerca de los revinientes apuntados en el Tratado sobre los vampiros de Agustín Calmet sirvieron como inspiración a obras literarias como El vampiro de John William Polidori y Drácula de Bram Stoker a lo largo del siglo XIX. En la actualidad, dicha figura ha recorrido caminos diversos hasta convertirse en un símbolo de terror universal, pero también en un arquetipo heroico rebosante de sensualidad, que debido a su gran fuerza y misteriosa conducta, sigue cautivando a chicos y grandes.


Referencias bibliográficas

Calmet, A. (2009). Tratado sobre los vampiros. trad. Lorenza Martín del Burgo. España: Reino de Cordelia.
Polidori, J.W. (2010). El vampiro. Argentina: Planeta.
Stoker, B. (2002). Drácula. Trad. Manuel Núñez Nava. México: CONACULTA.

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